
Decía el pintor y poeta británico William Blake: "La crueldad tiene corazón humano y la envidia, humano rostro; el terror reviste divina forma humana y el secreto porta ropas humanas".
La obra pictórica de Ricard Chiang (Barcelona, 1966) es un perfecto ejemplo de aquello que nunca causa indiferencia, pues, o se admira con vehemencia o se desdeña en razón de su supuesta "morbosidad". Lo cierto es que Chiang es una fuerte personalidad, pictórica en este caso, y eso siempre conlleva una toma de postura que no admite ambigüedades.
Nos hallamos ante un artista original como pocos, impecable desde el punto de vista técnico y absolutamente fiel a una estética que no es deudora de nadie. El artista, además, no ha inventado una pose ni se ha escudado en fórmulas para gustar... Ricard Chiang pinta lo que le sale del alma, aunque sea de la parte más recóndita y quizás atormentada del alma. Con ello no hace más que dar la razón a Baudelaire cuando decía que "cada hombre pinta lo que es".
Por otra parte, su obra adquiere mayor sentido cuando es vista en relación con toda una genealogía de artistas que han experimentado y dado riendo suelta a su "fascinación por el lado oscuro". Es esta una actitud que encontramos en muchos artistas—puntual o permanentemente—, algunos tan dispares como El Bosco, Piranesi y el propio Goya (que admitía que "el sueño de la razón produce monstruos"), que junto a Fuseli, Blake, Friedrich, Munch, Grosz, Dix, Beckman, Ernst, Magritte, etc. habrían representado en algún momento la "conciencia trágica" de su tiempo y optado por una estética menos amable. Son aquéllos que experimentan lo que Rafael Argullol denomina "la atracción del abismo", ese insondable espacio que nos paraliza de terror mientras cautiva nuestra mirada.
Cierto es que el arte es, debe ser, una genuina pasión, y, acaso, en su vertiente excéntrica, es la que afecta o turba en mayor medida nuestro espíritu. Ello sucede, como en la buena literatura de terror, cuando el artista no atiende a sus propios escrúpulos y se abandona a esa fascinación sin escatimar sus recursos. Por ello, Chiang pinta escenografías intemporales e inquietantes, que contienen todo el misterio y toda la poesía, que son alucinantes y atractivas como esas muñecas asesinas con dientes largos y afilados, como esas demonias y esos monigotes, que curiosamente, nos parecen indefensos y casi tiernos —en su miseria— cuando nos detenemos a mirarles.
Ello es así porque, intuitivamente, Chiang coloca en nuestra mirada la responsabilidad de afrontar las caras del miedo en relación con nuestros propios recuerdos e inseguridades, con ese lado oscuro propio que algún día aprendemos a humanizar, a reconocer y, finalmente, a conjurar.
No sabemos cómo será el devenir pictórico de Ricard Chiang (que ha sido muy premiado en estos últimos anos), sin embargo, creemos que es el suyo un talento auténtico, que sabrá evolucionar y que se convertirá en uno de los artistas que más sorpresas puede depararnos si mantiene esa coherencia personal que ahora se desprende de su trabajo y que, creemos, le hará evolucionar de un modo insospechado.
Pilar Ribal.