
ELOGIO O DESCONCIERTO
No es la primera vez que un artista expone conjuntamente en tres galerías de la ciudad y dado que la experiencia parece ser del agrado de sus promotores puede que no sea última ocasión en la que un solo nombre transite de galería en galería mostrando el fruto de sus meses de trabajo. Chiang (Barcelona,
1966) aborda los tres proyectos como si fueran independientes y pese a esa voluntad no consigue despegar la idea unitaria que trasmiten sus cuadros, sobre todo si estos son contemplados consecutivamente. En este sentido, la serie menos interesante es la que cuelga en la galería “Maneu” cuyo título Parvulitos del infierno recupera, será mejor decir mantiene, el interés del pintor por una línea habitual con la que sorprendió a todos en su primera exposición. Aferrado a ese lenguaje del comic, con una estructura narrativa que se abre y cierra en cada cuadro, permite también hacer una lectura más acorde con la narración acentuando ésta en el hecho de rehusar casi por completo de la perspectiva, dirigiendo la mirada del espectador en el epicentro de la acción ejemplo claro de estructura narrativa del comic habitual cuando la viñeta no contiene diálogo alguno.
Con una estética que recuerda los trabajos fílmicos y los dibujos de Tim Burton, Chiang repite mecánicas plásticas que resultan excelentes para una pantalla de cine (donde la repetición de la mirada no existe) pero acaba perdiendo su misterio sobre una tela o madera como imagen pictórica, inmóvil. Su pintura da para más y sin necesidad de explotar simbologías u objetos asociados a la negritud y al terror. Y así lo demuestra en las otras dos exposiciones. En Altair, la imagen se centra en el retrato en su expresión contemporánea con la modelo posando tan natural como si lo hiciera para un reportaje de moda o como una estrella de cine, no en vano la serie lleva por título Pin-up. De nuevo aquí la narratividad de cada pieza no impide una visión de conjunto y asistimos a una colección de retratos de esa anónima modelo que nos permite vislumbrar un fondo plagado de referencias a cual mejor. Especialmente aquellas en las que le pintor deja casi en abstracto toda esa maraña de líneas negras creando al espectador una desconfianza más aterradora que en los dibujos infantiles. Finalmente, Chiang consigue crear las mejores atmósferas, curiosamente, con espacios abiertos, es decir, en la confección del paisaje, en su ajustada ejecución, en esa terrible presencia del horizonte y en ese maculado cielo plomizo cargado de presagios, cruzando el panorama una serpenteante línea acuática, de inquietante placidez, permite al pintor consolidar una línea de trabajo con la que ganará adeptos y aleja la teoría del desconcierto que puede provocar la responsabilidad de aceptar el reto de las tres exposiciones, de lo que pudo ser una desventaja acaba haciendo una virtud.
No es la primera vez que un artista expone conjuntamente en tres galerías de la ciudad y dado que la experiencia parece ser del agrado de sus promotores puede que no sea última ocasión en la que un solo nombre transite de galería en galería mostrando el fruto de sus meses de trabajo. Chiang (Barcelona,
1966) aborda los tres proyectos como si fueran independientes y pese a esa voluntad no consigue despegar la idea unitaria que trasmiten sus cuadros, sobre todo si estos son contemplados consecutivamente. En este sentido, la serie menos interesante es la que cuelga en la galería “Maneu” cuyo título Parvulitos del infierno recupera, será mejor decir mantiene, el interés del pintor por una línea habitual con la que sorprendió a todos en su primera exposición. Aferrado a ese lenguaje del comic, con una estructura narrativa que se abre y cierra en cada cuadro, permite también hacer una lectura más acorde con la narración acentuando ésta en el hecho de rehusar casi por completo de la perspectiva, dirigiendo la mirada del espectador en el epicentro de la acción ejemplo claro de estructura narrativa del comic habitual cuando la viñeta no contiene diálogo alguno.
Con una estética que recuerda los trabajos fílmicos y los dibujos de Tim Burton, Chiang repite mecánicas plásticas que resultan excelentes para una pantalla de cine (donde la repetición de la mirada no existe) pero acaba perdiendo su misterio sobre una tela o madera como imagen pictórica, inmóvil. Su pintura da para más y sin necesidad de explotar simbologías u objetos asociados a la negritud y al terror. Y así lo demuestra en las otras dos exposiciones. En Altair, la imagen se centra en el retrato en su expresión contemporánea con la modelo posando tan natural como si lo hiciera para un reportaje de moda o como una estrella de cine, no en vano la serie lleva por título Pin-up. De nuevo aquí la narratividad de cada pieza no impide una visión de conjunto y asistimos a una colección de retratos de esa anónima modelo que nos permite vislumbrar un fondo plagado de referencias a cual mejor. Especialmente aquellas en las que le pintor deja casi en abstracto toda esa maraña de líneas negras creando al espectador una desconfianza más aterradora que en los dibujos infantiles. Finalmente, Chiang consigue crear las mejores atmósferas, curiosamente, con espacios abiertos, es decir, en la confección del paisaje, en su ajustada ejecución, en esa terrible presencia del horizonte y en ese maculado cielo plomizo cargado de presagios, cruzando el panorama una serpenteante línea acuática, de inquietante placidez, permite al pintor consolidar una línea de trabajo con la que ganará adeptos y aleja la teoría del desconcierto que puede provocar la responsabilidad de aceptar el reto de las tres exposiciones, de lo que pudo ser una desventaja acaba haciendo una virtud.
BIEL AMER