Gómez de la Cuesta



"La tercera vía”*


Ricard Chiang. Galería Altair.Sant Jaume, 15. Galería Joan
Oliver “Maneu”. Montcades, 2. Galería Xavier Fiol.Sant Jaume, 23.

Palma de Mallorca.Septiembre y octubre 2005.


En un minucioso y positivo proceso nos hemos ido dedicando a rellenar el infinito recipiente que recoge todos los conceptos referidos al arte contemporáneo con teorías que ahora son fundamentales y con interesantes contenidos que, a buen seguro, serán la base de ulteriores e importantes reflexiones. Seguramente, entre todo este selecto bagaje, se habrán deslizado multitud de obviedades redundantes, arcaicos estereotipos y fórmulas insustanciales que se habrán ido filtrando con el devenir mismo del pensamiento y de la cultura, pero también con el meteórico discurrir de las modas y de todas esas tendencias que, en ocasiones, nos saturan. Será sin duda el inclemente paso del tiempo quien irá dictaminando con su habitual rigor la profundidad y el alcance de todas ellas, separando, sin apenas error, el grano de la paja.


En paralelo a esta revolución de los conceptos, muchos artistas, forzando su creación deliberada o inconscientemente, han ido acomodando sus obras a los nuevos contenidos -alguno no excesivamente afortunado- que engordan este acervo y, con ello, han ido pervirtiendo poco a poco su libre producción. Así, casi todos los creadores comparecen presos de estos valores preestablecidos, muchos solventes y estimulantes pero otros completamente vacíos, fruto de modas y esnobismos sin calado, que no hacen otra cosa que confundir al artista cuando su supuesta voluntad era no desorientar al espectador. Efectivamente, reaccionando contra la inaccesibilidad que frecuentan ciertas manifestaciones del arte contemporáneo se ha tendido a tutelar al publico, quizá de una forma excesiva y simplista, concediéndole una estética y unos contenidos homogéneos, fácilmente reconocibles y asimilables sin apenas esfuerzo, que conseguirán acercar al espectador a la plástica actual, pero que le dejarán satisfecho, tan sólo, de una manera muy superficial.


Tanto de aquellas pedantes e impenetrables barreras sinsentido, como de este puré mascado de fast food, huye Ricard Chiang, emprendiendo así una tercera y personal vía de expresión que consiste fundamentalmente en interesarse por todo y hacer lo que le da la gana. Prueba de este intransferible camino son propuestas como su exposición retrospectiva en el Museo Bargellini de Bolonia y la muestra para la Galería Paz y Comedias de Valencia donde presentó sus inéditas, etéreas y fantasmagóricas mujeres. Sin embargo, lo último que queda en la retina de los palmesanos que no tenemos la suerte de viajar tanto como su obra, fue la triple exposición que el artista -con motivo de la última Nit de l’Art- nos ofreció en el foro de las galerías Xavier Fiol, Joan Oliver Maneu y Altair. Una selección de obra que declara sus coordenadas: series autónomas con la sutil conexión de una peculiar coherencia -alejada de la acepción más burguesa y aburrida del término- que no se debe buscar en la homogeneidad de sus contenidos -que no la hay- ni siquiera en la similitud de sus formas -que casi tampoco- si no en cierta identidad técnica y estética que, de manera tenue, une unas piezas con otras.


Al espectador que no esté familiarizado con el circuito comercial del arte, con la profusa oferta de galerías, puede que no le sorprenda que un artista inaugure, de forma simultánea y nada menos que en la prestigiosa Nit de l’Art, tres exposiciones individuales en tres de los mejores espacios de Ciutat; sin embargo, los conocedores de este mundillo sabrán apreciar lo inusual del asunto. La realidad es que el esfuerzo conjunto de las galerías Xavier Fiol, Joan Oliver Maneu y Altair se configuró como la justa recompensa a uno de los creadores más singulares de nuestro panorama y a una de las trayectorias artísticas más consolidadas y, a la vez, más prometedoras de las islas. Por que la obra de Ricard Chiang tiene unos caracteres exclusivos que la dotan de esa impronta que la diferencia de la caterva de artistas que pululan por doquier, unos atributos que se manifiestan a la perfección en las tres mencionadas exposiciones -con cuatro series independientes- unidas por etéreos y lúcidos nexos.


Y como nexo actuó una de ellas, la única que estuvo presente en los tres espacios: unos cubos translúcidos de resina de poliéster que atesoran y esculturizan las expresivas raíces que le dan nombre, confiriéndoles un aspecto embrionario que, trascendiendo su habitual función, nos dirigen a la génesis de la vida y, en este caso, al germen creativo de su autor. Simiente de la que brotan las otras tres series propuestas: en la Maneu se desarrolló Parvulitos del infierno, una suerte de grotescos dibujos, ejecutados con una peculiar técnica -a base de carboncillo- con trazos e iconografías que nos remiten al imaginario de los niños y que nos demuestran que son los miedos infantiles vistos y representados por ellos mismos. Así mismo, En las Pin-up de la Galería Altair, el artista volvió a hacer protagonistas a sus mórbidas, enigmáticas y subyugantes mujeres de ambigua sexualidad, generadoras de una mezcla de miedo y deseo que viene reforzada por la diabólica simbología que surge encriptada como fondo para estas extrañas chicas de calendario. Y, por último, Ríos, sus metafísicos paisajes poseedores de todo el sustrato oriental que impregna al artista y que, acompañados de la inquietante video-creación El vigilante del cementerio, comparecían en la Galería Xavier Fiol. Muestra, todo, de la ávida curiosidad que se configura como el verdadero motor creativo de este artista multidisciplinar e insaciable.


*A partir de textos publicados en el semanario Época y en la revista de cultura urbana DP en



Gómez de le Cuesta
http://gomezdelacuesta.blogspot.com/